Soy Padre…¿y ahora qué?

El nacimiento de nuestro primer hijo marca un hito en nuestra vida, nos pone en una situación desconocida, en un rol diferente y desafiante, en una tarea por demás exigente, de ahora en adelante somos totalmente responsables de la formación de una vida.

Soy padre de dos hijos maravillosos, en realidad todos los hijos lo son, pero en particular quisiera mencionar algunas lecciones aprendidas durante la crianza de mis dos campeones.

Lo primero que he aprendido es que para criar un niño los buenos consejos son importantes pero los principios son determinantes.  No podemos criar a nuestros hijos en base a la experiencia de otros, aunque la experiencia es en definitiva una buena referencia, en la crianza nunca es un derrotero.  Tampoco podemos criar a nuestros hijos en base a tendencias cambiantes y socialmente antojadizas.  Dios nos dice que somos responsables temporales de personitas que no nos pertenecen, que en realidad son una herencia de Él (Salmos 127.3), es por ello que necesitamos conocer y usar sus principios para criar a nuestros hijos.  ¿Por qué sus principios?  Porque son el manual de vida que hace que las cosas funcionen bien.

Una segunda lección es que los niños necesitan seguridad antes que felicidad.  De hecho, la verdadera felicidad, que no es ni una meta ni un objetivo en la vida, viene como consecuencia de vivir seguros y la única forma de vivir seguros es La Obediencia.  He observado como muchos padres no entienden esto y por un concepto equivocado de amor no enseñan la obediencia a sus hijos, no se atreven a disciplinarlos.  Los niños nacen sin autocontrol, Dios dice en Proverbios 22.15 que «la necedad está ligada al corazón del niño», ¿desde cuando? pues desde que nace.  Es nuestro trabajo, como padres, criar a nuestros hijos en «disciplina y amonestación del Señor» (Efesios 6.4), pero no lo haremos si nuestro objetivo es que nuestros hijos tengan siempre lo que quieren o que se sientan bien siempre. Recuerdo todavía cuánto me dolió la primera vez que discipliné a mis hijos, a cada uno en su momento por supuesto, pero agradezco a Dios que sus corazones empezaron desde ese momento a alejarse de la necedad, porque el objetivo no es que los niños se comporten bien, sino que amen al Señor y se alejen de la necedad y esto último necesariamente va a traer un buen comportamiento.

Una última lección que me gustaría compartir es que mis hijos necesitan principalmente un entrenador y no un profesor.  Para ser su entrenador tengo que ser un ejemplo y para ser un ejemplo tengo que pasar tiempo con Dios y con ellos.  Los padres y no los abuelos, ni las nanas, ni la escuela, ni la iglesia, somos los responsables de demostrarles a nuestros hijos cómo se vive de manera extraordinaria.  Muchos padres se desesperan pensando en el futuro de sus hijos pero se olvidan de su presente y es allí donde fracasan.  Dios espera que de manera personal y vivencial les enseñemos a nuestros hijos cada día que Él es de manera genuina lo más importante para nosotros y que todo en la vida depende de cuán obedientes somos a su Palabra.  Me llama mucho la atención que Dios, poco antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra, le dice a los dos ángeles encargados de esta destrucción que Él sabe algo de Abraham que lo hace merecedor de su absoluta confianza, dice: «Yo sé que va a guiar a sus hijos a que me obedezcan» (Génesis 18.19 – paráfrasis personal).   Para Dios, nada es más relevante, en nuestro rol de padres, que guiar a nuestros hijos hacia Él.

Hay muchas otras lecciones que he aprendido o que otros padres podrían compartir pero estas, en mi opinión son algunas de las más grandes, espero que sirvan de inspiración para levantar una generación que ame a Dios al extremo y que levantan el estandarte de la Santidad y la Excelencia.

Dios te use,

Martín Torres