Una de las cosas que nunca deja de asombrarme es la tendencia que tenemos a ser auto-suficientes. Creo fervientemente en la independencia, en la autonomía, en la confianza, en la seguridad personal, pero la auto-suficiencia no tiene que ver nada con lo antes mencionado, la auto-suficiencia es la distorsión o perversión de estas cosas.
Proverbios 3.7:
No seas sabio a tus propios ojos, teme al Señor y apártate del mal.
La auto-suficiencia nos convierte (al menos a nuestros ojos) en la panacea universal, en la voz autorizada de la vida, nos vuelve soberbios y nos putrefacta la actitud. La auto-suficiencia tiene consecuencias funestas para quienes la abrazan: destruye matrimonios, daña hijos, ensucia reputaciones, estorba el desarrollo, nos hace pre-juiciosos e intolerantes, nos limita el aprendizaje, nos entorpece el oído, nos hace hablar más de la cuenta, nos deja solos.
Lamentablemente tendemos a ser auto-suficientes. Pero la buena noticia es que cuando nos acercamos al Señor nos alejamos de la auto-suficiencia. No arriesguemos nuestras relaciones y nuestro futuro por causa de una mala actitud, seamos sensibles y sencillos, estemos dispuestos a decir «No sé», pidamos ayuda, aprendamos a escuchar, comprendamos más a los demás, respetemos las diferentes opiniones, reconozcamos que no lo sabemos todo y que no podemos solos. Acerquémonos al Señor para aprender a vivir de verdad.